MENSAJE DEL PRESIDENTE CONSTITUCIONAL
DEL PERÚ,
MANUEL CANDAMO,
AL CONGRESO NACIONAL, EL 11 DE
SETIEMBRE DE 1903
Honorables Representantes:
Sean mis primeras palabras, al asumir el mando que me ha
conferido la voluntad nacional, para dar gracias al Todopoderoso por haberse
realizado al fin tranquila y legalmente en la República, dos trasmisiones
sucesivas del Mando Supremo y para rogarle nos conceda perpetua paz con todas
las naciones a quienes en nombre del Perú dirijo cordial y amistoso saludo.
El Gobierno que hoy se inaugura se esforzará ante todo por
conservar y fortalecer las buenas relaciones que con ellas mantiene la
República, y a ese fin hará cuanto esté de su parte para que tengan pronto y
conveniente término las cuestiones internacionales pendientes y las que más
tarde puedan surgir, dispuesto siempre a apelar para la solución de aquellas
cuyo arreglo directo ofrezca graves dificultades al medio que para tales casos impone
la corriente de las ideas modernas, al que más garantías ofrece de que el
derecho sea reconocido y la justicia acatada, y al cual el fuerte y el débil
pueden recurrir sin desdoro ni temor de daño inmerecido; al medio del arbitraje,
que recientemente evitó la gran calamidad de la guerra entre dos Repúblicas
americanas, y que está llamado a regir como principio obligatorio entre todas
las de este continente.
Deber de los gobiernos y de cuantos puedan influir de alguna
manera en su marcha política es favorecer y procurar, con perseverancia y con
fe que satisfaga aquella noble aspiración; que tan elevado pensamiento,
convertido en solemne pacto, llegue a ser en breve consoladora realidad; y para
mí sería la mayor y más pura gloria que puedo ambicionar asociar mi nombre, como
mandatario del Perú, al venturoso acontecimiento que evitando para siempre la
guerra entre los pueblos de América, contribuirá grandemente a su bienestar y
progreso, y a que en el curso del presente siglo alcance un alto grado de
prosperidad.
Abrigo la grata esperanza de que no terminará el periodo
constitucional que en este día se inicia, sin que se haya realizado esa valiosa
conquista, pues lo ocurrido en el Congreso Pan-Americano de México y la
corriente de opinión producida ya en sentido de la solidaridad y confraternidad
americanas, revelan no sólo que ella no es vana utopía, si no que se acerca el
momento en que quedará consumada; en todo caso el Gobierno cooperará a ello con
toda decisión, y esa será labor preferente de nuestra Cancillería.
Llegó al poder tras larga lucha que exacerbó las pasiones
políticas y tuvo al país alarmado con la expectativa de violentas y dañosas
soluciones, pero que afortunadamente no llegó a tan deplorable extremo por la
prudencia y sensatez con que los partidos contendientes adoptaron honroso
acuerdo para dejar que prevalecieran los mandatos de la ley, el interés del
Estado y la manifiesta voluntad de la
nación; y de allí que a la hora presente la paz y el orden imperen en toda la
República.
El País está resuelto a no dejarse arrebatar esos grades
bienes; el Gobierno se los defenderá con firmeza y, cuando sea menester, con
severidad, y yo, por mi parte, contribuiré a conservárselos procurando que se
restablezca la concordia entre los que tan tenazmente combatieron por el
predominio político; desechando todo ingrato recuerdo de la pasada lucha; y no
viendo en los amigos y en los adversarios de ayer sino sus aptitudes, sus merecimientos
y su decisión de cooperar lealmente a la obra de mejoramiento nacional,
emprendida con laudable celo por los dos últimos gobiernos y que empeñosamente
continuará el que voy a presidir.
Para contribuir a ella no es necesario en manera alguna que
los partidos políticos se abstengan de combatir por el triunfo de sus
principios o de sus intereses; pero sí es indispensable que el campo en que se
libre el combate quede circunscrito con las prescripciones de la ley y, muy
especialmente, por el acatamiento sincero a los preceptos constitucionales que
determinan y limitan las facultades y atribuciones de cada uno de los tres
Poderes del Estado, y establecen la base de la armonía entre ellos.
Anhelo vivamente gobernar de acuerdo con las Cámaras, y mucho
deploraría que, a pesar de mis esfuerzos, se perturbaran las buenas relaciones
del Ejecutivo con alguna de ellas, lo cual no podrá ocurrir sino como incidente
pasajero, si por ambas partes se cumplen con sinceridad y estrictez aquellos
preceptos constitucionales, no se invocan principios no consignados en nuestra
legislación política y ajenos a nuestro sistema de gobierno.
Sin embargo, reconozco que en determinados casos, del género
de desacuerdos a que quiero referirme, es al Ejecutivo a quien corresponde proceder
con ductilidad y espíritu conciliador, porque a nadie corresponde ni conviene
tanto como a él, evitar que se produzcan situaciones embarazosas, como las
originadas por semejantes desacuerdos, que no pueden mantenerse sin serias
dificultades y, aún a veces sin graves perturbaciones, y porque, además, no
sería prudente negarse en toda eventualidad a transigir con ciertos hechos
impuestos por una poderosa corriente de ideas que tienden a regir en la
práctica.
Durante los ocho últimos años nuestras instituciones
políticas han venido cimentándose, y si bien sería aventurado afirmar que su
estabilidad está por completo garantida, puede sí abrigarse la consoladora
creencia de que la idea y el sentimiento de la necesidad de la paz interna, hondamente
arraigados en los espíritus les sirven de poderoso resguardo, y no se hallan tan
expuestas como en otros tiempos a los embates del funesto caudillaje.
En el curso de esos ocho años el país ha adelantado
notablemente; se han realizado en todo orden importantes reformas; las
instituciones militares han recibido grandes mejoras y el Ejército poco deja
que desear en cuanto a instrucción y disciplina, y nada en cuanto al noble y
elevado espíritu de que está poseído; en las rentas fiscales se ha operado un
movimiento de incremento sucesivo; la producción nacional y el comercio
exterior han aumentado; se han establecido nuevas industrias y desarrollado las
preexistentes; y, en general, la nación ha reportado los beneficios consiguientes
a un régimen político de libertad y eficaces garantías, de labor útil y
moralidad administrativa.
El nuevo Gobierno conservará y proseguirá la obra de sus dos
antecesores; y confía en que el Congreso no le negará el concurso necesario
para ello.
No se presenta ante el país con programa fascinador, ni
pretende inspirar seductoras esperanzas; pero sí declara que en ningún caso se
desviará de la senda trazada por la ley y que sus medidas no se inspirarán sino
en consideraciones de bien público.
En breve solicitaré ese concurso para llevar adelante dos
reformas exigidas por la opinión pública e imperiosamente reclamadas por
elevadas consideraciones de moralidad pública y social, la de la ley electoral
y la de imprenta.
La ley electoral, a más de que contiene disposiciones
inadecuadas al estado del país, según lo han comprobado las pocas aplicaciones
que ha tenido hasta hoy, fomenta y estimula, en cierto modo, esa tendencia a
transgredir las leyes, ese menosprecio por su carácter obligatorio que, por
desgracia, va haciéndose habitual entre nosotros y constituye grave daño, que
es preciso remediar sin tardanza.
La ley de imprenta es un cartel de permanente descrédito para
la República. Una ley a la cual, por una causa u otra, no se le da, no se le
puede dar jamás el debido cumplimiento y que por esa razón consigna tácitamente
el principio de la absoluta libertad sustentada por la absoluta
irresponsabilidad, es una aberración inconcebible que no debe, que no puede
subsistir por más tiempo.
En su último Mensaje al Congreso, mi distinguido antecesor,
que ha tenido inquebrantable respeto por la libertad de imprenta, se expresó
con merecida severidad sobre el alarmante extremo a que ha llegado el abuso
que, con vergonzoso escándalo, está haciéndose de esa valiosa garantía, e
invocó con vehemencia la necesidad de expedir una nueva ley, necesidad que, por
mi parte, trataré de satisfacer, remitiendo, con tal fin, un proyecto a las Cámaras
en el curso de la presente Legislatura.
En el orden económico, las Cámaras y el Ejecutivo deben
consagrarse, de toda preferencia, al estudio concienzudo de las cuestiones
referentes a vías de comunicación, irrigación de terrenos de la costa e
inmigración extranjera, a fin de darles soluciones prácticas, compatibles con
las circunstancias del país y los recursos del erario. A ellas están en gran
parte vinculados el desarrollo de las industrias, el aumento de la riqueza y el
progreso nacional; y son ellas las que, en el día, interesan más vivamente a la
opinión pública, fatigada ya de estériles agitaciones políticas, y ansiosa de
que la nación aplique sus fuerzas a empresas útiles que nos hagan adelantar y
prosperar.
Son igualmente asuntos de altísima importancia, y que los
Poderes Públicos deben considerar con la mayor solicitud, la educación
industrial y, particularmente, la enseñanza de las artes mecánicas en planteles
destinados a ese exclusivo objeto, y de los cuales no puede carecer ningún país,
regularmente organizado.
Me propongo solicitar, por de pronto, la autorización
legislativa correspondiente para establecer en la República, una escuela de
artes y oficios, con arreglo a los adelantos modernos, haciendo venir de Europa
el director, los profesores y el material necesario para ello.
El presente periodo constitucional se inicia bajo favorables
auspicios, y todo hace esperar que, durante él, la República seguirá marcha
tranquila y ordenada, consagrada a las fecundas labores de la paz. A mi
Gobierno no le ha cabido la mala fortuna que tuvo él de mi honorable antecesor,
de comenzar sus funciones dedicando de preferencia su atención, los recursos y
el crédito del fisco, a debelar los movimientos subversivos que en diversos puntos
del territorio habían estallado. A pesar de esa y otras dificultades que posteriormente
se le presentaron; logró que se conservara incólume el régimen constitucional,
y hoy, cumplido su periodo de mando, se retira a su hogar, tranquila la
conciencia, acompañado del respeto y la estimación de sus conciudadanos.
Honorables Representantes:
La fuerza de acontecimientos desarrollados en una serie de
años, más que ambición de mi parte, me han conducido al alto puesto en que hoy
me veo colocado. En el camino que he recorrido para llegar hasta él, no ha
caído ni una sola mancha de sangre, ni ha quedado ley alguna atropellada; y eso
produce en mi alma satisfacción tan profunda como lo es mi gratitud a la nación
por la grande prueba de confianza que ha querido conferirme.
Corresponderé a ella lealmente, consagrando todas mis fuerzas
al cumplimiento de mis deberes, y aceptando con resolución todas las responsabilidades
que me sea necesario asumir en defensa de la dignidad y fueros de la primera
magistratura y de los intereses del Estado; y así, cuando vencido el periodo de
ley venga a devolveros la insignia que acabáis de entregarme, si bien no habré
dejado huella profunda de mi personalidad en la vida del Perú, traeré al menos
el consuelo de haber hecho, en servicio de la patria, cuanto me haya exigido mi
conciencia y me hayan permitido mis facultades.
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